miércoles, 5 de mayo de 2010

Conejo en la luna

por Lila Nieto

El cine es un retrato de su tiempo. Retrata las ciudades, los momentos, las culturas, y registra las dinámicas y sus transformaciones, por lo menos en potencia. Es un espejo en el que podemos reconocernos, si es que estamos dispuestos. En esta película, por ejemplo, podemos ver una ciudad de México en la que todavía los taxis eran color verde, adivinamos quizás que el departamento de Antonio (Bruno Bichir) y Julie (Lorraine Pilkington) está en la colonia Narvarte, sobre Cumbres de Maltrata, y que la corrupción de las autoridades mexicanas es todavía peor hoy en día. Este espejo también nos refleja en contraste con otra cultura, la inglesa, cuya corrupción es más flemática y contenida, menos chorreante y descarada que la nuestra. Cuestión de personalidades. Podemos ver igualmente cómo otras instituciones, como la embajada inglesa, no están preparadas para actuar en una emergencia, y que somos las personas quienes podemos ayudarnos unos a otros, aunque también las mezquindades personales obstaculizan las causas mayores. Este filme, después del documental En el hoyo, de Juan Carlos Rulfo, fue el primero en filmarse sobre el segundo piso del periférico.

Aunque la película tiene ya seis años de edad, la siguen pidiendo en festivales, y sigue siendo la consentida de su autor, Jorge Ramírez-Suárez, pues es una historia que permanece actual, aunque ya se queda muy corta ante la situación de violencia, desintegración social, corrupción e impunidad que estamos viviendo ahora en México. Jorge contó sobre la serie de pláticas que sostuvo con un ex-judicial que "tenía una idea muy platónica sobre ser policía" cuando empezó su carrera, y que finalmente terminó saltando del barco después de haber vivido experiencias que, en palabras de Jorge, "si realmente hubiera puesto en la película lo que me contó, no la aguantaría nadie". También nos comentó que, en Inglaterra, la tensión que se genera con la separación de Julie y su bebé resultaba insoportable para algunos, pero "acá estamos acostumbrados" a eso.

Las complicaciones de filmar son distintas en cada país. En Inglaterra filmaron algunas escenas cortas dentro de la embajada mexicana, y necesitaron un permiso especial de la policía diplomática para hacerlo, y debieron seguir una serie de indicaciones como no estacionar carros frente al lugar, por lo que se hizo mucho más larga de lo común esa jornada de trabajo. En México, fue más barato construir un set igual a la puerta de abordaje del aeropuerto que pagar el permiso para hacerlo en el sitio, y filmar en las calles fue como jugar serpientes y escaleras porque, independientemente de que tuvieran permiso para hacerlo, llegaban los policías a impedir el trabajo hasta que recibían una mordida.

Conejo en la luna se estrenó en México en 200 salas y tuvo medio millón de espectadores, una miseria decente considerando que "el público mexicano no ve las películas mexicanas". Un asistente comentaba al respecto que lo que sucede es que ves una película que te gusta, por ejemplo la que vimos hoy, pero la siguiente que ves es algo indigerible y grotesco como por ejemplo Batalla en el cielo, de Carlos Reygadas, o de mierdosa calidad como El estudiante, de Roberto Girault. La película que vimos hoy se mantiene en el medio. Conserva su atmósfera de thriller, de ficción bien contada, y evita desgarrar al espectador con un espejo demasiado crudo o con un tema con el cual no pueda identificarse. Jorge adquirió vasta experiencia como lector y analista de guiones en Los Ángeles, California, y afirma, "no hago cine para los críticos y los festivales". Aún así, la película viajó por diversos festivales, y al director de la Berlinale le encantó, pues además de estar contada a la manera de un thriller hollywoodense, tiene un gran contenido político, cosa característica en las selecciones de ese prestigiado festival.

La película se estrenó también en diversos países europeos y en Brasil, donde tuvo buena recepción. El autor se sorprendió al enterarse de que el mayor éxito se alcanzó en Rusia y Turquía, seguido de los Países Bajos e Italia. En México había aproximadamente unas 150 mil copias piratas en la semana de su estreno.

Originalmente, Jorge situó la historia en Alemania, pues ahí reside, pero como todos los fondos para la producción cinematográfica de ese país son gubernamentales, no consiguió un centavo. En cambio, la productora inglesa con la que finalmente realizó la película es independiente y se interesó mucho en cuanto leyó el guión, que alcanzó 26 tratamientos antes de quedar listo para filmarse. Jorge encargó los diálogos de la versión final (o diré semifinal, con eso de que nuestra nueva sede está a distancia de un balonazo de la Federación Mexicana de Futbol) a un escritor inglés.

¿Existe una diferencia entre los actores ingleses y los mexicanos? La técnica de los actores ingleses lleva siglos perfeccionándose, y los mexicanos somos mucho más jóvenes en este campo. Jorge se admiraba de cómo todas las tomas de las escenas con Adam Kotz (Bower) o Reece Dinsdale (Tom) o Lorraine Pilkington (Julie) eran idénticas. La expresividad contenida que logran es poderosa. Sin embargo, Jorge sostiene que cada actor es totalmente distinto. Por ejemplo, Jesús Ochoa detesta ensayar, y prefiere que lo dejen en paz para construir a su personaje; en cambio, Bruno Bichir necesita mucho trabajo de análisis teórico y largas pláticas con el director para generar su proceso creativo. Cada vez que terminaba el llamado, Bruno se metía al famoso teatro de la compañía de Shakespeare para deleitarse con su legendaria maestría. Y Carlos Cobos, quien estuvo a punto de rechazar el proyecto porque tenía apalabrada una pastorela, se ganó un Ariel por su papel como Mario "El gordo" Corona.

Los problemas del cine mexicano son vastos y complejos, o qué pensaban. Incluso ahora que existen más fondos gubernamentales (Foprocine, Fidecine) e incentivos fiscales (Eficine, mejor conocido como "el dos veintiséis"), estos fondos se utilizan para la producción, pero no existen apoyos para la distribución. En Alemania, por ejemplo, es el gobierno el que paga las copias para estrenar (que cuestan unos mil dólares cada una), y no el distribuidor, como sucede en México. Y es que en los países que mantienen una industria cinematográfica sana a pesar de que las pantallas de todo el mundo están llenas a más del 60% por cine de Hollywood, existen leyes que protegen su cine, que lo subsidian desde la producción hasta la distribución, y que obligan al exhibidor a proyectar un porcentaje de cine nacional. El caso más admirable es Francia, donde más del 35% de lo que se proyecta es cine francés, y el 11% del dinero que entra en taquilla se utiliza para financiar más películas. Aquí, el único que gana dinero del cine es el exhibidor, y los distribuidores (como Gussi Artecinema, una de las distribuidoras más grandes del país) ya se la piensan dos veces antes de entrarle a una película mexicana con la cual lo más probable es que pierdan dinero. Jorge piensa que la única alternativa es que se modifique la ley. Hay que estudiar el reciente proyecto de Ley Federal de Telecomunicaciones y Contenidos Audiovisuales. http://www.amedi.org.mx/

Para colmo, el personal que trabaja en los cines no está capacitado. El mismo muchacho que hoy sirve palomitas mañana limpia las salas y al día siguiente es el proyeccionista, y no tiene idea de lo que cuesta una copia en 35mm ni del cuidado que debe proporcionarle para rebobinar el carrete. La mayoría de las copias quedan tan arruinadas (las rebobinan a toda velocidad en una máquina con todo y el polvo pedregoso que se les pega del suelo) que "parece que les bailaron encima el jarabe tapatío". Sin embargo, aunque al empleado se le puede recriminar el descuido, es el exhibidor quien no se preocupa por capacitarlo y mucho menos por brindarle condiciones dignas de trabajo. Incluso cuando ha habido un esfuerzo por capacitar a los empleados de los cines, lo que sucede es que, como ninguno tiene sueldo suficiente ni prestaciones, a los tres meses ya se han cambiado de trabajo y empezamos otra vez... Recordamos con nostalgia al cácaro de Cinema Paradiso que guardaba los besos censurados, o al proyeccionista retirado al que Jorge alguna vez entrevistó que se apresuraba en su bici al terminarse el primer carrete para proyectarlo en el otro cine del pueblo. ¡Ese es un cácaro!

¿Hubo problemas de censura para exhibirla en México? No exactamente. Realmente no, y eso se lo aseguró un trajeado cuya loción conservaba un buqué priísta dentro de la Secretaría de Gobernación durante el sexenio de Fox, cinco días antes del estreno, con palabras que bien pudieron haber sido como estas: "Este es el gobierno del cambio, y no hay censura, pero las cosas ya no son así como las pinta en la película. Por favor, ponga mucho hincapié en que esto es una ficción." Sin embargo, le dieron la clasificación "B-15", que le permitiría mayor audiencia que si le hubieran dado la "C". Algo que aprendió el gobierno con El crimen del padre Amaro fue que la publicidad negativa jala muchos espectadores. Es mejor quedarse quietecitos y esperar que todo se diluya.

Jorge Ramírez-Suárez tiene una película más reciente que esta, Amar (2009), con la que se aleja del thriller político para construir un entramado de relaciones amorosas entre parejas de distintas edades. Pronto se estrenará también la película Los inadaptados, que conjunta cuatro historias contadas por cuatro directores, uno de los cuales es él. Esta película se filmó con "la mejor cámara que existe", una Sony F35, que graba en alta definición pero que capta el mismo o incluso un mayor rango de luz que la película de 35 mm, cosa que hasta ahora ha sido uno de los principales problemas de las cámaras digitales. Claro, la nena cuesta medio millón de dólares.

¿Qué hacer ante la apatía del público mexicano que se rehúsa a ver películas nacionales y ante su irregular calidad que muchas veces lo único que logra es demostrar por qué los espectadores prefieren los churros gringos? Podemos seguir con esta labor de difusión y discusión del buen cine mexicano.

Bienvenidos sus comentarios a esta reseña.

Los esperamos el próximo martes 11 de mayo con Por la libre, de Juan Carlos de Llaca, quien estará con nosotros en el debate. La proyección comienza a las 20:00.


¡Abróchense los cinturones!

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