sábado, 15 de agosto de 2009

Vecino de Zoogocho

por Lila Nieto

Hoy reiniciamos nuestras actividades con la función doble inaugural del festival Escenarios 2009.
A las seis comenzamos la proyección de Su mercé, documental entrañable de Isabel Muñoz, con una preciosa fotografía de Martín Boege, sobre una banda hecha en el DF que retrató la ciudad no sólo a través de sus canciones sino como testimonio en vida, hasta que se desintegró en 2005.

Cayó un chubasco poco antes de la función, y pensamos que quizás no llegaría nadie, pero sí llegó gente, y vinieron algunas personas muy simbólicas, que de alguna manera vinieron a bendecir el cineclub: estuvo Luis, por ejemplo, que nos donó la pantalla cuando recién se fundó este proyecto.


Para la segunda función, Zoogocho, de Bernardo Arellano, tuvimos entre nuestro público a un invitado muy especial: resulta que el policía en turno de la Escuela de Escritores, Alfredo Pérez Bautista, que lleva unos diez años trabajando de manera intermitente en la escuela, nació en un pueblo vecino de Zoogocho, en la sierra zapoteca de Oaxaca. Cuando vio el cartel de la película dijo: "A mí me interesa ver esta película, yo nací en el pueblo de junto, en Talea de Castro, y no he vuelto en 28 años." Por supuesto que lo suplimos en su deber durante la proyección. Yo lo escuchaba suspirar de vez en cuando, y al final nos ofreció una magnífica narración del lugar, de la oscuridad cuando es de día por la densidad de la neblina, de la gente que se para a las tres de la mañana para ir a misa de cinco, de los hombres que se van al campo desde las seis y las mujeres que les llevan de comer. Nos platicó de los cargos públicos, que duran sólo un año y no se percibe sueldo (cargos como el de policía, comandante, síndico o presidente municipal), del sacerdote que quiso mover la misa hasta las siete, pa' no pararse tan temprano, del valor central de su cultura, el trabajo comunitario. Nos ayudó no sólo a generar un debate interesante, sino también a extender enormemente nuestra comprensión de este documental, que aunque es bellísimo, resulta hermético. Alfredo se quedó con ganas de platicar hasta la madrugada, de escribir su vida. "Me transportaron más de cincuenta años a mi niñez. Esas mismas travesuras que hacían esos niños, las hice yo también, pero mejor."

¡Qué reinicio de actividades tan afortunado!

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